Soy la Malinche de Alicia Jaraba Abellán
Nuevo Nueve; corrección de Ulises Ponce López. Cartoné; 224 páginas; 30€.
Hoy recupero una de esas obras que, por cuestiones del destino, el azar, las casualidades de la vida y una serie de circunstancias ajenas a esta organización, se convierten en elusivos entes que parecen negarse a que los lea. Como si ni siquiera tuviera interés en ellos, pero ¡error! A veces simplemente los astros se alinean y el reseñador y la obra se esconden el uno de la otra como si de Lady Halcón habláramos.
El cómic histórico... me cuesta. Me cuesta igual que me costaba la asignatura de Historia en el instituto. Y sin embargo, pocas cosas hay a día de hoy que me interesen tanto como la Historia. ¿Cómo no te va a gustar la Historia si son... historias? Y al final te das cuenta: la clave en la Historia (y en las historias) es quién y cómo te las cuenta. Hay quien tiene dotes de cuentista, cierta teatralidad o incluso humor. Hay quien las cuenta obligado y a desgana porque, seamos sinceros, dime tú quién da con energía una clase de Historia a adolescentes ya de entrada desganados. Y si tienes treinta años de vida laboral a tus espaldas, ya ni te cuento.
El cómic histórico me cuesta cuando, de entrada, percibo claramente que es un cómic histórico. Porque eso significa que está siguiendo ciertas normas formales o estéticas que no hacen sino homogeneizar el resultado final y convertirlo en «uno más». Una cosa con viñetas que cuenta una cosa que dicen los libros de Historia. Y la diferencia es solo esa: que le han puesto viñetas. Pero a desgana también, como copiando y pegando un texto expositivo dentro de viñetas y cartuchos. En otras ocasiones, el problema es el equivalente comiquero al «filtro sepia/beige/gris» (llamado cariñosamente «filtro Siria» o «filtro narcotráfico») que usan en Hollywood cuando quieren transmitir que están en un país en vías de desarrollo, en zona de guerra, o que la Edad Media era oscura y sucia. En otras ocasiones es la expresión de los personajes, con peroratas y declamaciones épicas que quedarían muy bien en boca de un Denzel Washington blockbusteriano, pero en bocadillo resultan cansinas. Como lo es también el excesivo uso de fuentes documentales imitadas sobre la página. Percibo interés en relatar la historia tal y como se contaría en un libro de texto... pero creo que para eso están los libros de texto. Digamos que considero irrelevante que reproduzcas fidedignamente las palabras de una carta (uf, el recurso de la carta, el pergamino, el mapa, vaya turra) o dibujes de forma realista las vigas del techo de una casa del siglo nosecuántos.
Lo que considero relevante es: ¿hay una voz propia, una personalidad artística real que me está contando esta historia que ocurrió en la Historia? ¿Hay humanidad que una autora pueda rescatar de las entrañas de la Historia, o solo puede contarme que el 2 de mayo de 1823 tuvo lugar nosequé batalla, dos días después nosequé rey tomó tal decisión, y tres meses después nosequé bando venció al otro? ¿Eres capaz de contar lo que quieres contar a base tan solo de bustos parlantes… o tienes imaginación? Todo esto se consigue, entre otras cosas, con una estructura de página pensada, planos vivos y (habré dicho esto 50 millones de veces en mis reseñas) silencios inteligentes. Y si no es mucho pedir: que coloree alguien que no use el Paint.
Aquí es donde entra Alicia Jaraba. Dejadme que os explique a dónde quiero llegar con todo esto: lo que convierte Soy la Malinche en un buen cómic no es que la vida de la Malinche sea interesante (que lo es) ni que Jaraba se haya empapado de las fuentes históricas que existen (que las conoce, y no son muchas, lo cual juega en su favor) o que gracias al interés sobre culturas precolombinas que ya trae puesto de casa haya conseguido mayor o menor fidelidad al representar diferentes lenguas, vestimentas o comportamientos de las sociedades americanas del siglo XVI. Todo esto está muy bien, y el trabajo académico previo es siempre esencial. Pero la clave, el auténtico quid de la cuestión está en que... nada de esto se note. Todo lo anterior son herramientas para que la autora consiga un contexto verosímil en el que poder moverse con fluidez, de forma que los lectores no lo pongamos en duda porque ya nos hemos perdido en él.
Lo que consigue que Soy la Malinche sea para mí un gran cómic histórico es que, a base de planos, colores, viñetas, frases en su mayoría escuetas y miradas (sobre todo las miradas), Jaraba se convierte en la profesora que no te está citando la Historia a través de un libro de texto, sino que te está contando una historia. Y una historia es un cuento. Y el cuento es la forma última y más poderosa de la humanidad. Y este cuento no transmite la sensación de haber sido leído antes, porque el filtro que usa para contarnos esto es ella misma. La elección de planos es personal. Los silencios los ha elegido ella. Su objetivo no es que veas lo bien que ha dibujado una choza de nosequé tribu de nosequé siglo (lo cual no deja de ser importante, como decía antes) sino que la des por válida de forma automática porque tu cerebro está a otras cosas; porque lo que te está llenando los ojos es la determinación, el miedo, la pena en el rostro de su protagonista. Hay más oficio en un solo primer plano de los ojos de la Malinche que en decenas de caballos, fortalezas y carabelas que encontramos en otras obras. Y sin valerse de eternizantes textos de apoyo (seguramente con diseño de pergamino rasgado, os doy permiso para imaginarme poniendo los ojos en blanco en este momento) que encontraríamos en otras propuestas.
En resumidas cuentas: es una obra personal en el sentido de que es muy fácil percibir que todo lo que hay sobre la página son decisiones conscientes de una persona concreta. Decisiones que yo, u otra persona, habríamos tomado de otra forma (si supiera guionizar, si supiera dibujar, si supiera colorear) y seguramente replicando ideas ya existentes. Pero esta Malinche es de Alicia y de nadie más. Y eso es lo que hace un buen cómic. Histórico, de ficción histórica, de pseudo-historia, o de PATATAS, tanto da.
Aquí tenéis algunas sugerencias de cómic históricos que me gustan especialmente y que, al igual que este, no se pierden excesivamente en la historicidad, sino que son principalmente muy buenas narraciones humanas y con un derroche de personalidad artística propia: