Las personas de los apartamentos dorados de Park Kun-woong
Tengu; traducción de Alba Varea; maquetación y rotulación de Larisa María Ienci, corrección de Luisa Gómez Aparicio y Ulises Ponce López. Cartoné, 707 páginas; 42€.
Este cómic lo tenía muy, muy difícil para destacar, al menos en lo que al aspecto más puramente comercial se refiere. La edición, aunque preciosa, para mí la más bonita y especial que ha hecho Tengu hasta ahora, mezcla un fondo azul oscuro sobre el que resaltan motivos y textos en plateado brillante, que en determinados ángulos se oscurecen por completo. Esto no ayuda a la visibilidad en estantería, ni es un efecto muy agradecido de cara a la foto o el vídeo. La tipografía de portada tampoco ayuda a ubicar el título y nombre del autor, me temo. El otro gran motivo es que se trata de un tochal (es la palabra técnica, lo juro) en cartoné, de 700 páginas y 42€. Una auténtica Biblia, ¡y de las bonitas, eh! No estamos ante una lectura difícil, que haga bola, ni me parece un mal precio teniendo en cuenta la edición y el número de páginas… pero esto no quita que sean unas características que, de entrada, desmotivan.
Como podrás comprobar si miras casi cualquier página de muestra, Las personas de los apartamentos dorados tiene un estilo curioso y difícil de ubicar. Es algo próximo a las sobras chinescas, a la xilografía o, en lo pictórico, a lo picassiano, cercano al Guernica también en sentimiento, no solo en lo visual. En la tradición española nos viene a la mente Santiago Sequeiros, al que ya me he referido previamente con algunos de estos adjetivos. Líneas sencillas y personajes sin apenas más rasgos que su contorno, que delimita los dominantes bloques de tinta negra, hacen de las personas que habitan este edificio de apartamentos surcoreano una especie de fantasmas. Fantasmas que nos resultan tan enigmáticos y, en ocasiones, siniestros, como lo es para ellos su propia identidad.
Park Kun-woong juega con el misterio en muchos aspectos. La vida de los habitantes del bloque de apartamentos está en penumbras, aunque percibimos que pende sobre ellos el peso de la amnesia y la injusticia, sin saber exactamente en qué consiste. El propio edificio es otro enigma: no sabemos de forma fiable dónde está, ni adónde llevan algunos de sus pasajes y escaleras cuyo fondo no podemos ver. La época es confusa. ¿Es cierto, o mejor dicho, concreto, lo que creen tener por real sus inquilinos? La propia obra, en su primera mitad, mezcla un lirismo poético y ligero con el absurdo de los comportamientos erráticos y mecánicos de personas que parecen vivir en un limbo simultáneamente urbano y aislado, sumergidos en un existencialismo casi infantil y rodeados de acertijos crípticos aparentemente inexplicables que no podemos evitar que nos recuerden a la serie de televisión Perdidos. Y, pese a la extensión de la obra, su ligereza ayuda a que sigamos adelante. Algo esencial, puesto que pasado el ecuador de Las personas de los apartamentos dorados se encuentra la clave. Confiad en mí, es de las que vale la pena aunque no nos convenzan inicialmente.
Se trata de un poderosísimo cómic sobre la memoria histórica de Corea del Sur, una historia que todavía tiene muchas disculpas pendientes, demasiados cadáveres a sus espaldas, y también demasiadas conversaciones consideradas tabú hasta tiempos vergonzantemente recientes. Una historia alegórica que trabaja con la importancia de los nombres y la injusticia de los silencios posteriores a los crímenes políticos, esencial para conocer la historia de Corea desde 1950 hasta la modernidad, junto con otras propuestas como El Club de los Libros Prohibidos de Kim Hyun Sook, Ko Hyung-ju y Ryan Estrada; o la de-mo-le-do-ra novela Actos Humanos de la premio Nobel Han Kang.
Lo más sorprendente de todo (o quizás en absoluto sorprendente) es cómo está hermanada Las personas de los apartamentos dorados con otras obras sobre memoria histórica como El Abismo del Olvido de Rodrigo Terrasa y Paco Roca, si bien no en lo visual. El lirismo y misterio de una y el realismo y documentación cuasi-didáctica de la otra llevan a un punto de confluencia (lágrimas y rabia) a los lectores que consiguen entender y empatizar con su pasado, y llegan ambas a las mismas conclusiones: no se puede, no se debe olvidar. Es emocionante, es terrible, ver como en dos países de dos culturas tan diferentes como España y Corea del Sur, en distintos momentos del siglo XX, se cometieron atrocidades contra la humanidad de inspiración tan similar, con desprecio tal hacia la vida hermana. Y tan terrible como emocionante es, de nuevo, comprobar que la reacción, tanto racional como visceral, de las víctimas, supervivientes y descendientes... coinciden milimétricamente.
Como si la lógica del dolor y la humanidad traspasara tiempos, fronteras y culturas. Porque seguramente así sea.