Un incisillo. Tenía yo preparada una reseña para hoy, pero va a tener que esperar. Esta entrada va a convertir mi web en algo indistinguible de un blog, pero la situación no me deja más remedio.
Creía que la entrada del pasado Fanzimad sería la única crónica de eventos que iba a hacer este año, pero la cuadragésimo tercera edición del Comic Barcelona ha resultado ser una inesperada y dulce sorpresa. Si bien en el mencionado Fanzimad me empapé de arte y cultura, mi visita a Barcelona ha sido un choque en lo más personal. Todo esto siempre relacionado con el arte y la creación, por supuesto, pero lo he vivido de una forma muy diferente. Mi interés por salones de esta envergadura ha ido menguando con el tiempo, y como he mencionado más de una vez, ya no tengo batería para situaciones de este calibre. Visité tanto el Comic BCN como el Manga BCN en 2019, convencido de que sería la última. Ambos los disfruté, por supuesto, pero fueron agotadores, y mi creciente desapego por los grandes eventos, la posterior pandemia y mi actual retirada de los focos (literalmente) me daban a entender que aquella sería la última vez.
Pero viendo lo visto, con el 2025 que llevamos, dicha retirada no podría ser más falaz: «Just when I thought I was out… they pull me back in!»
No puedo hacer un análisis real de Comic BCN como propuesta cultural porque no he visto una parte lo suficientemente representativa del mismo, tanto por tamaño y cantidad de actividades como por compromisos personales. Lo que sí que sé es que me he agobiado mucho menos que en años anteriores, quizás por una mejor ubicación y reparto de las salas y espacios, y que la variedad de propuestas ha sido fantástica. Pero por encima de todo, lo que para mí ha caracterizado la edición de 2025 ha sido la ilusión, la familiaridad y la amistad.
Los crossovers fortuitos; los saludos que interrumpían a otros saludos que a su vez ya estaban interrumpiendo a otros saludos; los reencuentros con bellísimas personas (ya fueran de editoriales, artistas, personas de redes sociales o fans de Comic Freaks) a los que llevabas años sin ver; las desvirtualizaciones… ha sido un año que he vivido como nunca. Me ha recordado a mis inicios, cuando todo era nuevo, todo entusiasmaba, todo era estar en una nube constante. No es que hubiera perdido la ilusión, pero después de una década bien es cierto que la ilusión se atenúa. Y sencillamente: guau. Ha sido un reseteo total, y al mismo tiempo, una cercanía que habría sido imposible sin un camino previamente recorrido.
La ilusión artística se palpó en la entrega de premios, todos y dada uno de ellos merecido. Qué satisfactorio ver desde la barrera las caras de sorpresa de aquellos creadores que no se lo vieron venir. Qué buen rollo con las compañeras y compañeros del jurado. Qué fácil es tomar decisiones así, cuando todo el mundo disfruta. Qué bellas reacciones del resto de nominadas y nominados, porque todes respetaban sobremanera la obra de los demás, y no sin razón. Qué profesionalidad de anfitriona, Karen Madrid. Qué grandes los técnicos.
La ilusión superheroica ha vuelto también (y lo dice alguien que lleva más de un año echando pestes de lo superheroico, ¡no es cosa menor!) con el traspaso de la licencia de DC Cómics a Panini, como ha quedado claro con su estreno en publicaciones, pero también con la presentación en la que equipo editorial, fans, packagers y una cantidad histórica de artistas españoles de la editorial confluyeron en una misma carpa, haciendo chiribitas hasta en los ojos de las editoras estadounidenses. Hasta se aplaudió inesperadamente un cómic. Un cómic físico, un objeto. Esa es la ilusión que se tiene por un buen trato del material clásico. Pero no solo ilusión superheroica trae DC/Panini. Para mí trae motivación, trae frescura, humanidad y cercanía. Trae novedad y, sobre todo, trae una amistad para la que yo creía que ya no tenía ganas ni fuerzas, y de la que espero poder hablaros más adelante. Básicamente, y perdonad, porque sé que a veces me expreso como si tuviera muchos más años de los que tengo, me siento como si me hubieran devuelto una energía prepandémica.
Será que me han regalado una pulsera nueva, qué sé yo.
La ilusión nerviosa me desbordó, al poder moderar la sesión de preguntas y respuestas con Raquel Córcoles y Carlos Carrero, el dúo más conocido como Moderna de Pueblo, quitándome una espina clavada de la que nadie sabía nada pero que nunca he dejado de intentar sacarme. Los propios nervios que sentí al conocerles (en una charla que fluyó maravillosamente, en la que se tocaron tantos temas interesantes como otros se quedaron el tintero porque el tiempo voló) fueron un recordatorio de mis primeras comunicaciones y entrevistas. Nervios, mordida de uñas y necesidad de hacerles sentir cómodos, sin avasallar. Sinceramente, prefiero parecer un fan a un profesional. En este sentido, me encanta sentirme pequeño. Quiero que sepan que, sí, cierto, les estoy entrevistando o moderando… pero yo estoy ahí por algo. Porque quiero. Porque para mí es un pequeño sueño. Y espero que se hayan sentido acompañados en la reivindicación de su trabajo. Porque es puro cómic, que nadie les diga lo contrario. Porque tienen valores y porque siguen creciendo y deconstruyéndose y haciéndonos crecer en el feminismo. Y porque tienen que bregar con un tipo muy concreto de elitismo artístico del que deberíamos haber escapado hace tiempo.
Qué bonitos mis Davides, qué bonita La Cúpula, qué bonitos Laurielle y Morán, qué bonita Fandogamia, qué bonites Sextories, qué bonito el Colectivo de Autoras, qué bonito The Green Room, que bonites mis compañeres de la ACDC, qué bonito el concierto de La Pequeña Genia, qué bonita Kate Beaton (incluso conseguí hacerle dos preguntas sin cagarme encima, ¡viva y bravo!) y su «mejor amiga» Judith, qué bonita y rebonita es la increíble profesionalidad de los y las intérpretes. Qué bonito que cada encuentro con Cels me marque de por vida.
Qué ilusión poder llamar «relajarse» al hecho de sentarse junto a dos tremendas titánides transatlánticas como Carmen Carnero y Natacha Bustos (y taparse las patitas con las sayas de la mesa como si de tres abuelas en una mesa-camilla se tratara) para hablar de to’ lo suyo con la tranquilidad que da la confianza, y que te saquen los colores como si fueran tus hermanas. Diversión, sinceridad y tiempo robado. Porque me niego a creer que fuera una hora de charla: fueron 5 minutos, a mí que no me engañen. Que por fortuna sabes que se podrá repetir una y veinte veces, arreglando de una y mil maneras la industria del cómic. Con o sin Rigoberta Bandini mirando.
Y qué ilusión cerrar la visita con Borja Crespo (que al fin y al cabo lo inició todo), nada más y nada menos que con Paco Hernández como partenaire de la «neo-divulgación», con el que creo que me hermana más el disfrute sano de las cosas que la propia divulgación. Aunque me ponga gruñón porque a veces me da por acordarme de que vivimos en un mundo feo.
En fin. Permitidme seguir surfeando esta ola una semanita más. Porque esta es una de esas veces en las que no se cumple aquello de que «los cómics te romperán el corazón», sino que más bien ocurre precisamente lo contrario.
[Todas las fotos que acompañan a este post son del también rebonito Ramón Hernández. Perdonadme el ego-trip, pero es que en alguna de ellas me ha sacado como nunca me había visto, y uno tiene su vanidad también. A Ramón le podéis encontrar en Instagram como @monetphoto93, y su blog fotográfico en: monetphoto.blogspot.com]