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El rey medusa #1

31 de Marzo del 2025

El rey medusa #1 de Brecht Evens

Astiberri; traducción de Rubén Lardín, rotulación manual de Juanjo el Rápido, maquetación de Alba Diethelm, corrección de Soraya Pollo, edición de Hêloïse Guerrier. Cartoné; 280 páginas; 30€.

 

Hace apenas semana y media terminé Domingo flamenco de Olivier Schrauwen, y de cara a afrontar esta reseña me pregunto: ¿alguien sabrá qué narices le echan al agua en Bélgica? Porque esto no es normal.

 

Si nunca has leído a Brecht Evens, nada de lo que pueda decir a continuación te preparará adecuadamente para la sucesión de colores superpuestos que van a ver tus ojos y la confusión de emociones que va a sentir tu corazón. Y si ya has leído a Evens con anterioridad, me alegra decirte que: lo vas a gozar, porque este puede ser el mejor Evens. O si no «el mejor», que ya sabemos que es algo subjetivo, al menos sí el más equilibrado y, desde luego, el más accesible. Y quizás, si tenemos suerte, esta vez no sea su intención volver a destrozarnos emocionalmente. Aunque dudo que pueda replicar de nuevo lo que hizo en Pantera. Lo digo de broma. Pero lo digo en serio. Y con cierta esperanza de que no lo haga.

 

El estilo de Evens da la impresión de tener su origen en un dibujo infantil a rotulador (de esos que podrían no ser nada o podrían ser algo en una película de terror) terminados de completar más detalladamente con acuarelas. Y justo así comienza El rey medusa, con una ingente galería de dibujos infantiles que actúan como detonante de la historia. Dibujos mediante los cuales un niño trata de comunicarse con su padre psicológicamente ausente. Este es tan solo la casilla de salida del (habitual) descenso a lo bizarro que Evens ha tardado, y con razón, cuatro años en crear, de 2019 a 2023. El rey medusa retoma temas clave en Pantera, como son la relación turbia con la figura paterna, y una realidad narrativa que juega al engaño, ya sea para con el público lector o para con el personaje protagonista. De Jolgorio, su anterior obra, Evens importa la eléctrica energía y capacidad tan infantil como siniestra para crear personajes que mutan, su plasmación gráfica de la temporalidad, su virtuosismo a la hora de rellenar espacios y plasmar de maneras diferentes y repentinas una misma escena para conseguir efectos concretos, a veces apabullantes, a veces acongojantes. Los colores y formas superpuestas son puro jazz, con notas que ocultan otras notas, un jazz ejecutado por una big band de una sola persona y no improvisado, sino muy minuciosamente planeado. Un jazz que ya podíamos escuchar en Jolgorio llegando incluso a saturar nuestros sentidos, pero por fortuna más sosegado y digerible en esta ocasión. Toda la obra de Evens es siempre una fantasía sinestésica.

 

La vida del niño protagonista, Arthur, se nos presenta como actual pero con ciertos tintes de iniciática y heroica tradicional, apuntalada en una realidad patética a través de la mentira y la obsesión conspiranoica (aunque, insisto, con Evens nunca se sabe, y yo no doy nada por cierto hasta la última viñeta), una mentira que mantiene un diálogo cuerdo con lo hiperbólico y lo imposible, como si del reverso demencial de un origen superheroico se tratara. El padre de Arthur decide retirarles a ambos de la vida normal para iniciar junto al chico una preparación psudoascética y retorcida (pero que utiliza ciertos códigos de la ficción del siglo XX y XXI que reconocemos como positivos) con el objetivo de alcanzar la perfección física y mental para… ¿salvar el mundo? ¿De quién? ¿Cuánto de esto es real y cuánto locura? Las similitudes entre la mentira y el ostracismo para entrenar al pequeño Arthur y la mentira y el encierro para liberar la mente de la Evey de V de Vendetta están ahí. 

 

Decía que en esta historial lo que es real y lo que es locura no se nos explicita abiertamente en la parte textual, y lo mismo ocurre con la parte gráfica: un mismo personaje pasa de lo humano a lo monstruoso, de lo tierno a lo siniestro, de lo fiable a lo traicionero, en cuestión de un movimiento. Es lo que suele hacer Evens, y lo que me hace quedar como un panoli a mí, lector que elige voluntariamente ser inocente y querer transitar siempre el significado fantástico de las obras en vez del más terrenal. Esta naturaleza dual del mundo real vs. distorsionado representado en El rey medusa me recuerda al universo del videojuego Grim Fandango. No me puedo quitar esta idea de la cabeza. Quizás sea por la referencia al jazz que he hecho hace unas líneas. En Grim Fandango (LucasArts, 1998), una de mis obras de ficción favoritas, el mundo representado es una contrapartida febril, guiñolesca y noir de nuestro mundo. No tiene sentido, es irreal, no es posible, oculta monstruos y muerte y, sin embargo, percibimos en él una normalidad, un costumbrismo y una humanidad perfectamente reconocibles.

 

¿Cuál es, pues, la realidad de lo que está narrando Evens en su última obra? Por desgracia no lo sabremos todavía, porque este es el primer tomo de dos (en teoría dos, porque he leído textos en Internet que decían que tres; ya nos confirmará Astiberri, imagino que dependerá de cómo vaya avanzando el autor) y, viendo el tiempo que le ha llevado, podemos esperar sentados un poquito más. Cosa que me parece perfecta, que esto no te lo hace una IA generativa desecando un par de pantanos. Aquí el mimo alcanza hasta la rotulación (espectacular trabajo de Juanjo el Rápido en la edición española), la numeración de las páginas, las guardas... todo. Y esperaremos sentados con ganas pero no sin impaciencia, porque El rey medusa tiene algo que no tenían Pantera ni Jolgorio: una linealidad más tradicional, altamente adictiva, que hace que sea muy pero que muy difícil no leer de una sentada, incluso cuando no era tu intención hacerlo.

 

¡Ah! ¿Y no os he comentado ya que tiene la portada más bella de lo que llevamos de año?

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