Ya te adelanto que sí, que existe, pero es el equivalente a irse a gritar en el desierto. Pero no te preocupes: ¡absolutamente nada de lo que haces es ético bajo el capitalismo! Por fortuna, algo que me quedó claro, epifanía mediante, gracias a ‘The Good Place’ (Michael Schur, 2016-2020) es que, pese a que ninguna de tus acciones o decisiones está exenta de implicaciones éticamente reprobables, lo único que puedes hacer para no perder la cabeza es evitar asomarte demasiado al abismo y ponerte tú misme los límites en función de lo que crees que es justo, tus ideales y tu sistema de valores. Simplemente hazlo lo mejor que puedas y retrocede cuando empieces a caer en el pozo. Y oye, a lo mejor gritando en el desierto no se está tan mal.
Si me conocéis o lleváis siguiendo mi trayectoria divulgadora algunos años, sabéis que le doy muchas vueltas a las cosas. Es algo que heredé de mi padre. Por fortuna, yo lo hago desde una perspectiva bastante positiva. Desde mi primer vídeo en YouTube en 2014 y hasta el día de hoy, cada X tiempo he parado a reflexionar y me he dicho a mí mismo: “¿Por qué haces esto? ¿Para quién? ¿Es correcto? ¿A dónde vamos?”. Este autocuestionamiento no me agobia ni me molesta. Hay a quien volvería loco, igual que hay quien no se plantea ninguna de estas cuestiones en absoluto. Personalmente, creo que es parte del proceso de avanzar con los tiempos y ser siempre la mejor persona que puedas ser, manteniendo la mejor relación posible con tu entorno. Forma parte de ese conjunto de límites éticos que nos autoimponemos.
Hay un par de conceptos en los que pienso mucho y que son clave para entender por qué hago lo que hago y por qué digo lo que digo a día de hoy.
Uno de ellos es el del coleccionismo de cómics como adicción, una realidad bastante habitual en aquellas personas que han sido lectoras de cómic superheroico durante décadas. El entramado de publicación superheroica estadounidense es, desde hace décadas, un entorno nocivo para la creación artística sin limitaciones, y está concebido como una maquinaria que no puede parar, porque si para, se hunde. Hay unas restricciones editoriales contra las que les autores no pueden luchar, porque ciertos estamentos -no artísticos- han decidido que las cosas deben funcionar de determinada manera. Esto constriñe el arte y quema a sus profesionales. No se crean cómics porque haya propuestas e ideas; se crean cómics porque hay un hueco determinado que llenar en el mercado. La calidad, la idea, es irrelevante. Cuando un cómic de superhéroes es bueno, es a pesar de la industria del cómic estadounidense, y no gracias a ella. Es gracias a les artistas, que hacen magia sin apenas rango de movimiento. Esto nos afecta también a quienes los leemos, pues nos adentramos desde jóvenes en una rueda de hámster, tardando años (décadas incluso) en empezar a darnos cuenta de que leemos sin disfrutar, sin apreciar la calidad. Por completar. Por obsesión. Por adicción.
Un momento clave, que probablemente fuera el inicio de mi reconfiguración cerebral, fue cuando me di cuenta de que tenía siete volúmenes Omnigold de Spiderman sin leer, y varios de ellos sin desprecintar. Esto es algo bastante habitual conforme se van sumando años como coleccionista, pero aquel día concreto me dio por mirar al abismo, y me pregunté: “¿los vas a leer? ¿Has disfrutado realmente de los que has leído hasta ahora? ¿Realmente los quieres todos, o simplemente te molesta dejar un hueco? ¿Es tan bonita la colección como para que la quieras ver toda junta en tu estantería pese a que el interior no te entusiasme en muchos casos? ¿O quizás lo que te molesta es que, si se supone que Spiderman es tu superhéroe favorito, lo “correcto” sea tener toda su historia de publicación?”
Han pasado años y no he vuelto a comprar un Omnigold de Spiderman. Han pasado años y no he leído los que me faltaban por leer. Han pasado años y no he desprecintado los que estaban por desprecintar. Y creedme, seguí consumiendo (y sí, uso aquí el verbo “consumir” de forma muy consciente) otros títulos de forma inconsciente durante otros tantos años, pero ese día empujé en mi cerebro una bola de nieve que ha seguido rodando y creciendo hasta hoy, donde puedo afirmar que, si bien no me he liberado del yugo de esta adicción, sí que me he librado de la ansiedad del “incompletismo”. He aprendido a detectar con mucha mayor antelación cuándo estoy disfrutando realmente una serie y, por el contrario, cuándo la estoy comprando por inercia. Pero, además, la bola de nieve no solo afectó a mis lecturas superheroicas, sino que inició un interés por cuestionar mi relación con el medio de formas diferentes.
El otro concepto, con el que estamos familiarizadas aquellas personas que hemos divulgado muy de cara a la galería, principalmente durante boom de YouTube, es el de “tú antes molabas” (en mi caso, normalmente de la mano de un “te has politizado”). Esto es algo de lo que se te acusa cuando gente conservadora y con poca capacidad crítica empieza a darse cuenta de que tú no lo eres (aunque esa información haya estado siempre implícita) conforme tú has ido encontrándote más cómodo con tu voz y tu labor comunicativa. Esta crítica va de la mano de un anhelo de que nada cambie, que no se aprenda, que no se evolucione. Que no nos rompan las infancias.
Menciono esto porque creo que es realmente el camino a seguir. Creo que nuestro discurso debe cambiar con los tiempos, creo que nuestra forma de comunicar debe evolucionar, creo que los referentes no deben ser siempre los mismos, o que al menos el referente debe lavarse la cara y cambiar su forma de hacer las cosas. El estancamiento hace que el agua deje de ser potable. Creo que es una responsabilidad adjunta al hecho de tener un altavoz que llega a un número importante de gente, cuando te ven y te escuchan literalmente decenas de miles de personas. Porque nos guste o no, tenemos un impacto en el discurso artístico y cultural de nuestro tiempo, y debemos recalcular ruta en consecuencia.
Con el primer concepto empecé a evaluar mejor las relaciones tóxicas que mantenemos con el medio artístico en el que divulgamos. Con el segundo concepto me paré a pensar en el peligro del estatismo, y en la evolución interna y externa que la persona debe trabajar si quiere comunicar de forma adecuada. Han sido diez años de divulgación en Instagram, nueve en YouTube, cuatro en Twitch y uno en Vimeo (repartidos a lo largo de una década y pico). Lo maravilloso ha sido mucho y lo feo se ha superado rápido; pero la coyuntura y mis propios principios me han hecho dar un paso atrás en todas ellas.
¿Por qué dejé de subir vídeos a YouTube?
YouTube me permitió divulgar audiovisualmente, algo que me encanta y que era justo lo que quería hacer en aquel momento. Pero YouTube, al igual que Twitter, inicialmente una plataforma que democratizaba la comunicación para beneficio de todes, presentaba una serie de problemas que fueron progresivamente a peor. Primero, que es un monopolio contra el que no se puede luchar. No me gustan los monopolios. No me gusta el exceso de poder concentrado. No me gustan las grandes multinacionales (que me generan a su vez dilemas éticos por otra serie de motivos que no desarrollaré aquí). Segundo, la existencia de un algoritmo que genera tendencias, tendencias que se ha demostrado que se escoran hacia el odio. Tercero, que se trata de una herramienta homogeneizadora más, como tantas otras en el momento de globalización en el que nos encontramos. Se pierden voces propias, frescura y originalidad. Inicialmente se democratizó la posibilidad de comunicar, algo obviamente positivo, pero pasado el tiempo, las formas de comunicación elegidas empezaron a ser una copia de una copia de una copia. Esto provoca en ti, además, unas necesidades de autoexigencia y continuidad, de réplica de modelos, todo ello relacionado con la adicción al crecimiento y la satisfacción del “gustar”, de las que cuesta escapar. Cuarto, que se maltrata a los creadores. Una vez estalló la burbuja, frenó la llegada de dinero que permitía a una cantidad loquísima de gente ganarse el jornal con los vídeos. Empezaron a llegar las restricciones, a reducirse los dólares por visita. Y cuando eres un canal gigante en YouTube, puede que te moleste que YouTube te pague menos que antes… pero ya eres gigante. No lo necesitas. Tienes otras fuentes de ingresos. Pero los medianos y pequeños canales pasan a ser nada más y nada menos que mano de obra barata, generando tráfico en la plataforma a cambio de migajas. YouTube no es tu herramienta: tú trabajas para YouTube. Y no te está pagando. Quinto, que creo que hay que parar. Creo en la desaceleración, creo en relajar. Para mí, el éxito no se equipara al crecimiento absoluto y eterno. Creo en los ciclos que terminan, creo que las cosas mueren y las cosas nacen, y así se mantiene la frescura, se descansa, y se asimila lo aprendido. Creo que los referentes, al igual que el poder, deben renovarse si no son capaces de cambiar por sí mismos. Y creo que el crecimiento continuo es lo que asemeja al capitalismo y al cáncer. Todas estas grandes empresas, movidas por el objetivo de rascar un 1% más de beneficios que en el trimestre previo, realizan siempre todos sus movimientos, buenos o malos, con ese objetivo en mente. No la calidad, no la comunicación: el porcentaje. Sexto: no creo en la publicidad como medio de subsistencia y, si está en mi mano, prefiero evitarla (hay mucho que matizar sobre esto, y muchas excepciones y casuística, pero lo dejaremos aquí).
La plataforma fue una maravilla pero, ¿es realmente tal cuando en realidad no existe otra alternativa? Mi sueño siempre fue alguna plataforma de código libre, una especie de Wikipedia para vídeo. Pero no hay nada ético que sea equivalente. Y una vez que tienes todas estas ideas en la cabeza, se añade masa a la bola de nieve. El hecho de haber crecido con el canal y tener la sensación de que había madurado con respecto al formato, y de que había contado ya muchas -si no todas- las cosas que quería contar, también ayudó. Así que me fui.
¿Por qué dejé de hacer directos en Twitch?
Mi paso por Twitch fue muy similar al periplo por YouTube, pero acelerado a cámara rápida, puesto que era una crónica de una muerte anunciada. Pude hacer un formato late-night (‘El Show de Comic Freaks’) durante unos años, algo que me emocionaba, que disfruté enormemente, y que me trajo quizás una mayor satisfacción personal que todo el tiempo en YouTube, ya que me acercó mucho más a la vertiente editorial y artística del cómic en España, pero manteniéndome alejado de los cantos de sirena de cifras y seguimientos ficticios de la otra plataforma. Fue una forma de comprobar que, aún sin todo el entramado de un gigante como YouTube detrás, a quien intereses, te buscará. Y eso me parece más bonito, real y útil que la ayuda de cualquier algoritmo.
Lo que no es tan bonito es saber que Twitch forma parte de Amazon. Os juro que cuando me hice la cuenta en Twitch todavía no lo sabía, me enteré al poco tiempo, cuando ya estaba disfrutando de mi show semanal. Bajona. Mi desprecio hacia Amazon en todas sus formas, por motivos mencionados en el bloque anterior (y otros tantos únicos y específicos de la empresa de Bezos) también ha ido creciendo a lo largo de los años. Sabía que llegaría un momento en el que no quisiera seguir ahí porque no dormiría tranquilo, y además en Twitch estaban empezando a realizar exactamente las mismas perrerías que en YouTube habían introducido progresivamente: maltrato a creadores, publicidad, decisiones de moderación cuestionables, ya fuera por exceso o por defecto… lo mismo, pero más rápido, porque la vida va progresivamente más rápido, y las enfermedades cada vez más listas. Adaptándose.
Y ocurrió también que yo me agoté. El ritmo de una entrevista larga semanal, además de la ingente cantidad de lectura diaria, así como el sacrificio de mis domingos, consiguieron que llegara a los últimos shows sin gana alguna de hacerlos. Y como hacer lo que te apasiona sin ganas es la señal obvia de que ya no te apasiona, sino que estabas forzándote a seguir, lo tomé como una señal. Y me fui.
¿Por qué dejé de subir vídeos a Vimeo?
Lo de Vimeo fue un experimento breve pero bonito, inspirado por la brevedad de los vídeos de TikTok (que a día de hoy me parece un infierno de otro tipo y del que no voy a hablar aquí, pero que adolece de un puñado de los defectos que he mencionado previamente) y me permitió hacer vídeos acompañado después de tantos años de andadura solitaria. Fue muy bonito y agradable hacer algo colaborativo, ‘Bamf & the Comic Freaks’, durante un tiempo. Salir de plataformas sociales para empezar a utilizar un repositorio de vídeos fue casi casi el equivalente a desaparecer, pero pude comprobar que, una vez más, la gente a la que interesas seguirá ahí siempre, y al menos así no estábamos a merced de algoritmos ni odio. ¿El problema? Varios. Una interfaz terrible. Un coste de almacenamiento elevado. Darme cuenta de que le seguía dedicando demasiado tiempo de trabajo manual y mental a todo. Y la puntilla final: la llegada de las IAs, creando un efecto llamada de empresas a empresas, afectó también a Vimeo. “Si la empresa de enfrente usa IA” -imagino que piensa un CEO- “mi empresa tiene que tener IA. En algún sitio. Donde sea. Ya pensaremos luego si sirve para algo realmente, pero de momento métela en algún sitio, Juan Carlos. Que le follen al Amazonas.”
Y yo con las IAs e IAs generativas, principalmente en los entornos de creación artística, siendo precisamente del arte de donde estas se nutren -roban-, no juego. No si no se ha parado a pensar y a legislar previamente.
¿Por qué voy a dejar de hacer micro-reseñas en Instragram?
Ay, las micro-reseñas. Mis micro-reseñas de Instagram (inicialmente nano-reseñas; luego fueron creciendo) han sido, durante años, mi lugar feliz. El sitio bonito apartado del ruido. Cuando dudaba sobre mi labor en alguna de las otras plataformas siempre decía que, pasara lo que pasara, al menos ahí estaría Instagram. La plataforma fotográfica, la plataforma artística, la plataforma tranquila, permitiéndome seguir adelante compartiendo lecturas, ideas y arte. Por fortuna todas quedaban almacenadas automáticamente en mi web. El problema de Instagram es que fue adquirida por Facebook en 2012, iniciando un previsible goteo de decisiones que la alejaban progresivamente de su razón de ser original. Y a partir de 2018, con la marcha de sus fundadores originales, todo fue a más. La pérdida de derechos de los usuarios ha sido progresiva; la aparición y explosivo crecimiento de TikTok provocó que todas las redes iniciaran una carrera por convertirse en TikTokBis para intentar comerle la tostada, favoreciendo de forma insana los reels por encima de las publicaciones fotográficas, que a día de hoy se ven relegadas al olvido forzosamente (además de haber reducido la cantidad de caracteres); una publicidad tan invasiva que cuesta creer que realmente no consista en la lectura de mentes de los usuarios; y en 2024, por supuesto, la IA, IA, oh. Llegaron las cuentas de personas ficticias creadas por IA, entre otras propuestas, malentendidos y controversias, como la de que Instagram pudiera usar las publicaciones para alimentar su IA.
No han terminado de romper mi juguete favorito, pero sé que están cerca. No necesito que me repitan los patrones más veces, que ya los conozco. Por esto he decidido que no publicaré más micro-reseñas sobre cómic en Instagram. Seguiré usándolo porque, a día de hoy y junto con WhatsApp, es donde más contactos tengo que no quiero perder. Y porque las stories de la gente que conozco me alegran el día. Quizás las stories siguen gustándome porque desaparecen a las 24 horas. (No menciono Twitter -red social de la que huí hace año y medio-, ni de su apoptosis libertaria, filo-nazi y cenutria, porque considero que la usaba a modo personal, y no divulgativo. Pero creedme que, por mucho que BlueSky haya reemplazado algo que perdimos, mi convicción de que en el periodo de un año empezará a cometer los mismos errores que sus predecesoras, es total.)
¿Y viene todo esto provocado “tan solo” por tu desprecio hacia estas grandes empresas y los billonarios que las gobiernan?
Sí y no. Hay otro gran motivo, relacionado con la forma en la que divulgamos la cultura y cómo la ha modificado y sigue modificando nuestra presencia sempiterna en redes. Algo que siempre ha sido problemático, que va a más con cada día que pasa, y que se ha hecho mucho más evidente al popularizarse el estilo comunicativo de los booktubers (esto no es un intento de tirar balones fuera: yo he sido parte de este problema, la única diferencia es que en el ámbito comiquero todo ocurre a una escala más reducida) y que se ha hecho más insoportable con el aumento desenfrenado de títulos mensuales en estanterías: el acelerado modelo de mercado actual nos empuja a que consumamos cultura, la coleccionemos, le demos puntos, hagamos tops. Les divulgadores hemos dejado que dicho ritmo de mercado dictamine nuestra forma de comunicar. Es algo terrorífico, así como es esencial que no olvidemos lo que nos recordaba hace poco el guionista Fernando Llor: la cultura no se consume ni se le ponen estrellitas.
Algunas de las cuestiones que Fernando describe en su texto, y en las que llevo pensando años, son ajenas a mi control. Pero de muchas otras me siento responsable como divulgador, y pese que me ha encantado micro-reseñar como lo he hecho, y a día de hoy no me arrepiento de la labor realizada y soy consciente del valor que pude aportar a un determinado contexto cultural, mi yo actual ve problemática esta forma de trato hacia la creación artística.
Básicamente: hay muchas cosas que quiero y muchas cosas que no quiero.
No quiero más anuncios de Temu. No quiero más encuestas que ayuden a mejorar la experiencia en tu plataforma. No quiero escribir a cara perro un par de párrafos en el móvil mientras me quedo dormido cada noche. No quiero acumular más fotos de cómics que creo que debo reseñar pero de los que no tengo nada que decir. No quiero borrar frases sobre cómics que me entusiasman porque se me haya acabado el espacio en Instagram. No quiero tener que seguir escribiendo una reseña en los comentarios, por ese mismo motivo. No quiero que mi página web siga siendo un repositorio automatizado, otra pieza más de una cadena de montaje despersonalizada, pensada para la producción rápida, cuando debería ser algo mío, único y libre. Quiero volver a escribir con mi mano, un boli y una libreta. No quiero usar como herramienta una plataforma que está sujeta a los impulsos infantiles y cambiantes de un billonario. No quiero listar una retahíla de 17 redes sociales en mi firma de correo. No quiero leer más cómics porque sienta que deba abarcarlo todo. Quiero dejar de sentir que es mi responsabilidad apoyar todas las obras del universo. Quiero hacerme eco tan solo de las que me apasionen, de las que tenga algo que decir. No quiero escribir ni habitar en lugares virtuales con pop-ups ni banners de noticias o publicidad seleccionadas por un algoritmo o generadas por una IA. Quiero pensar lo que escribo, y escribirlo antes de que se desvanezca la pasión del momento. No quiero llegar a 40, 400 o 4000 personas en función del ajuste de turno que hayan hecho en una app; prefiero llegar a 4 a través de mi propia página web, sin interferencias. No quiero que lo que hago siga perteneciendo a una plataforma que dentro de dos días deje desprotegido a un colectivo o decida ayudar a desestabilizar una democracia. No quiero volver a leer sin ganas de hacerlo. No quiero que nos veamos forzados a recurrir al formato vídeo para absolutamente todo; mini-vídeos de consumo rápido, sin fuentes ni posibilidad de encontrar la información concreta que buscas. Unos vídeos que tienen la esperanza de vida de la mosca común y que pasados unos días solo son espacio acumulado en servidores. Paja virtual. No quiero seguir viendo cómo la gente que antes compartía o creaba por gusto, ahora convierte la gestión de sus redes sociales en un trabajo a tiempo parcial. No quiero más sorteos y acciones especiales porque has alcanzado un número redondo de seguidores. No quiero más colaboraciones sin sentimiento. No quiero tener un número de seguidores. No quiero que, el día menos pensado, en mi país se cape el acceso a la plataforma en la que trabajo y lo pierda todo. No quiero trabajar la estética de mi cuadrícula durante años y que a Instagram le de por cambiarla de cuadrada a rectangular de la noche a la mañana. Quiero dejar de formar parte de una cultura divulgadora que fomenta la cantidad, la inmediatez, la acumulación y el engullir sin digerir. En resumen: en los tiempos del hacer mucho y de calidad dudosa, quiero hacer menos, y hacerlo mejor. Y siempre ha estado en mi mano, pero estamos tan metidos en el fango que a veces cuesta verlo. Y para cuando consigues verlo lleva un tiempo saber qué hacer.
Si queréis leerme, aquí me tenéis. En mi web, y la de nadie más. Sin paywalls, sin pop-ups, sin banners, sin suscripciones, sin ánimo de lucro. Sólo con amor por el cómic, y esperando ser de ayuda.
Gritando en el desierto.