Stray Toasters

Perdona, ¿qué acabo de leer?

El título de la micro-reseña es algo clicbaitero, porque el efecto de una obra tan cruda, febril, vanguardista y caleidoscópica como es 'Stray Toasters' puede romperte los esquemas si la lees cuando salió (1988) o si solo has leído cómics que no salen de lo mainstream y fuerzan los limites de lo habitual; pero en 30 años ya hemos podido ver un poco de todo. Lo que sí me hace es reflexionar.

La obra de Sienkiewicz no es para todo el mundo. El valor artístico de cada página (¡cada viñeta!) es indudable, uno de esos títulos que me hace venerar a los artistas como hechiceros que manejan una magia que soy incapaz de comprender. El simple hecho de que sus páginas me hagan sentir algo en un nivel profundo mientras que en un nivel superficial digo abiertamente "no entiendo bien qué está pasando en esta página" me parece algo de otro mundo. Pero aquí entramos ya en lo que busca cada uno en el arte, y en el hecho de que hay mucho mundos interiores. 'Stray Toasters' no es una propuesta fácil para el ojo, y mi ojo tal vez busca una propuesta más fácil porque no ve el interés de contar a brochazos caóticos lo que podría contarse con otro tipo de líneas ordenadas. Y a mismo tiempo los brochazos caóticos son necesarios. Hay quien que adora el brochazo caótico, esa visceralidad psiquiátrica que utiliza la narración automática, el inconsciente, el collage y la espontaneidad para zarandearnos de un lugar a otro mientras la emoción completa un cuadro que la narración no puede. Yo lo valoro en su justa medida (que es mucha), pero no es lo que busco en el cómic: un "no es para mí" de manual, que me fascina a largo del camino el hecho con la certeza que sí "es" para otras personas.

Este thriller de ciencia-ficción ochenteramente oscuro (sobre filias, mecánica, fluidos, traumas, maternidad, asesinatos grotescos; en el que se entrecruzan un investigador salido de un sanatorio mental y sus cuitas, un asesino en serie infantil y robótico y un demonio que pasea por la Tierra) es un collage de emociones que fuerza los limites del lenguaje y lo visual para llevar al cómic a yo qué sé dónde. Que no está mal.