La soledad del dibujante

La bajona, la vergüenza, la autoestima por los suelos y otras cosas bonitas.

El reconocimiento no trae la paz de espíritu, ni siquiera para alguien como Tomine. Su última obra no es otra cosa un recordatorio. Un recordatorio de que, por desgracia, el reputado artista gráfico nunca estará a la altura de un futbolista para el gran público. Es un recordatorio de que incluso el artista más consagrado y respetado dentro del mundo del cómic intenta mantener su autoestima a flote en un maremágnum de inseguridades que provienen principalmente de compararse fútilmente con otras industrias, con otros subgrupos de la misma industria, e intenta sobrevivir con un ego vapuleado tras años de críticas (y extremadamente dura autocrítica), sesiones de firmas, entrevistas y convenciones que pueden generar espacios completamente desprovistos de empatía.

Podemos entender esta obra como un ingenioso desahogo (en fondo y forma) con finalidad humorística de los momentos más engorrosos y vergonzantes de una carrera en el mundo del cómic independiente estadounidense (con unas muy jugosísimas anécdotas reales que satisfarán el espíritu "vieja del visillo" de les fans), pero a mí me ha hecho pensar constantemente en lo poco que repara alguna gente en el impacto emocional que tienen sus palabras en un artista. Me ha hecho pensar en esa corriente de divulgadores que presenta su mala educación, sus ganas de desahogarse y su incapacidad de tratar bien a la gente como "necesaria honestidad brutal". Esta obra me ha hecho querer cuidar más aún al artista. Yo te quiero, Tomine.

Cartoné. 224 páginas. 21,90€