Teenage wasteland, teenage dirtbag, teenage agujeros.
Wow. Como ya sabéis, hay mucha obra mítica sobre la que recae un gran peso: el de estar a la altura de las expectativas depositadas en ella. Charles Burns es uno de los grandes del indie (de esa cantera a la que me refiero mentalmente como indie-noventera-Subterfuge) del que hasta ahora no era precisamente fan. Palabras clave: hasta ahora. ¿Aguanta ese peso del que os hablaba? Yo creo que sí.
Agujeros negros es un slice of life dramático, y al mismo tiempo un thriller grotesto y lynchiano (pocas cosas tan Blue Velvet he leído, sinceramente). Una serie de capítulos cortos e interconectados a través de simetrías, circularidades y paralelismos en los que la desorientada adolescencia intenta encontrarse a sí misma en un escenario setentero de drogas suburbanas, descubrimiento sexual, rechazo social y estancamiento vital.
Pero lo que más me ha llegado no ha sido el teen drama venéreo, el misterio, los asesinatos, o la angustia existencial. Lo que me ha llegado a la patata ha sido la maestría gráfica de Burns. El impresionante y rotundo entintado; la certeza de que cada línea está donde está porque ha sido deliberadamente colocada ahí; la distribución de la página, la simetría... Desde el punto de vista de una persona con nulas aptitudes artísticas estoy: omnubilado. No sé cómo es capaz de hacer nada de lo que hace.
Además, preciosa edición remasterizada de La Cúpula.
Rústica con solapas. 372 páginas. 27,90€