Vaya, me ha debido sentar mal la cena. No, tú estás llorando.
Ayer le daba la bienvenida a una nueva serie, y hoy me despido de otra que me ha tenido en vilo todo 2018. Jun Mayuzuki tiene arte. Literal y figuradamente. Arte a la hora de narrar con silencios, con pausas, con miradas, con tensiones, con emociones contenidas, con anhelos no expresados, con sueños no realizados, con vacíos. Arte a la hora de hacer a sus personajes caminar sobre el filo de la navaja sin que lleguen a caer en tópicos turbios y tóxicos del romance idealizado en la ficción. Como resultado, la historia nos deja una gran desazón, pero por buenos motivos, que creo reales y correctos.
Removióme el estómago, vaya. Pero creo que todas las decisiones de la autora han sido correctas.
Echaré de menos a Akirita y al encargado. Gracias a Tomodomo por traerla y por obsequiarnos con el cofre.
Bola extra: me enteraba ayer gracias a una noticia antigua de @misiontokyo que la autora ha participado en una antología -o algo así- que deconstruye los tópicos románticos del manga. Pues que lo traiga alguien, copón.