Miracleman: La Edad de Oro

La importancia de la publicación de este cómic es tal que el formato micro-reseña no basta para mencionarlo todo, pero no dudéis que continuaré en el 'Al día con Bamf!' de julio.

Neil Gaiman vuelve a nosotros con todo el armamento del mejor Gaiman. No el novelista, ni el productor de adaptaciones, ni el freelance que se ocupa de una gran franquicia. Vuelve a nosotros el Gaiman del cuento humano. Del diálogo simultáneamente divino y patético. Del que te habla de lo complejo y lo abstracto de manera casi infantilmente sencilla.

Pero esta vez debemos quitarnos el cráneo ante Mark Buckingham, el artista tranquilo. Buckingham es un señor de estos que parece que está ahí siempre. Que oye, sí, ha participado en proyectos famosos, pero claro, es que no tiene un estilo tan llamativo ni tan 'hot' como otra gente. No es un llena-portadas.

No. Lo que Buckingham -que siempre ha sido un artesano, un trabajador, un ebanista del cómic- hace aquí me deja sin palabras.

Buckingham alterna entre su estilo comiquero estándar tradicional (a veces, su estilo de hace 25 años, a veces, viajando en el tiempo, a su estilo de hace 25 días), un punto intermedio abocetado, dibujos lineales puramente arquitectónicos, fotorrealismo, fotocopia, acuarela, estilo 'cartoon', dibujo de cuento infantil, expresionismo alemán (tanto en su versión pictórica como propagandística y publicitaria), portadas de técnica mixta a lo Dave McKean... ...y las usa cuando las tiene que usar. Con éxito. Y sin llamar la atención.

He Made Good Art.

Puedo decir sin miedo que he disfrutado esta etapa más que con la de Alan Moore. Y para los que me preguntáis si puede leerse esta etapa sin la anterior: no. Todo lo que aquí ocurre es la consecuencia directa de la etapa Moore, y las referencias son continuas y abundantes. (Bueno, como poderse se puede, pero ya me entendéis.)