Voyeurs

Es Navidad: toma un poco de depresión y neurosis artística.

Gabrielle Bell forma parte de ese grupo de de artistas norteamericanos que hacen las delicias del lector intensito y/o modernito: retazos de historias cotidianas autobiográficas que no siguen un patrón fijo más allá de la necesidad de psicoanalizarse a través del medio comiquero; la relación entre la vida y el arte, siendo este el único medio en el que el torturado artista encuentra comodidad para expresarse; dibujo crudo y anodino, pero muy sincero... Ese tipo de autora que está obsesionada con la ciudad y acaba publicando algo en el New Yorker o similares. Sabéis a lo que me refiero.

Bell me ha parecido diferente a los demás en un aspecto: este tipo de creadores tiende a caerme mal, porque cuando termino sus historias sólo me queda un poso de egocentrismo que se sale de la escala. Yo, yo, yo. "Doy asco y sé que doy asco y usaré ese asco para contar en mis historias el asco que doy a la gente y así daré más asco..." Se regodean en su propia mierda y no dejo de notar un ansia de protagonismo y una certeza de la propia superioridad que me mata.

Bell me transmite ternura. Quiero darle un abrazo. Creo que sufre genuina depresión y tiene dificultades sociales contra las que, en menor o mayor medida, intenta luchar. Tampoco es la más pretenciosa de su entorno artístico, lo que ayuda a que me caiga bien.

Además, tiene algunas ideas interesantes sobre la vida en la sociedad moderna. (Y sus dibujos me recuerdan a Martin Handford, el de '¿Dónde está Wally?')